sábado, 27 de noviembre de 2010

Novela corta

Hace unos meses, en un taller en el ICREA (Taller de Novela Corta, dictado por Jesús Nieves Montero) me pusieron a escribir. Aquí, una escena:

Se le puso chiquito el ojo. Miró a la calle desde la ventana de la cocina con un cigarro en la boca todavía sin encender. El pelo largo le goteaba y le mojaba la espalda: no tenía ganas ni de secarse. Volvió a darle al botón para silenciar el sonido de la llamada entrante en su celular. Su ojo izquierdo, que apenas podía abrir, le impedía comprobar si ese carro marrón estacionado en la puerta de su edificio era el mismo que les sirvió de escenario. Se despegó de la ventana y caminó a la nevera abriéndola como buscando una solución. Cogió un poco de hielo y lo pasó por su ojo con suavidad, mientras salía de él otra lágrima de tantas. No había visto con tanta claridad el interior de ese carro como esa tarde: los huecos en la tapicería, ocasionados por los cigarros prendidos que tantas veces dejaron caer por descuido, eran como cicatrices de los momentos vividos. Tenía la manía de adueñarse de las cosas. Y de la gente.

—Aquí no. Nos ve un gentío.

—Que gentío nada— dijo Adrián sin quitarle las manos de encima a Carlota, ya libres luego de lanzar el celular a la parte trasera del carro. —Es domingo, nadie anda en la calle y menos a esta hora.

Carlota volteaba la cabeza hacia el parabrisas, pendiente de que no se acercara nadie al carro que se tambaleaba de forma tan obvia. Ignorando el estado de alerta de su compañera, Adrián le empujaba la cabeza con las manos hacía el cierre de su pantalón que hacía unos minutos ya se había bajado. Ella accedió a pesar de que no era el sitio que esperaba: ese carro con la tapicería rota y olor a cigarro, a pesar del pino que colgaba del retrovisor, no era lo que tenía en mente. Pero lo había conseguido sin importar las razones. Se olvidó del lugar, del vaivén del carro y se concentró en su tarea.

Adrián, con los ojos cerrados y apretando los labios, no se percató de la moto que había dado ya tres vueltas por la calle donde estaba estacionado. Unos golpes en la ventana del piloto lo sacaron de su estado de excitación. “Es ella” pensó. Al abrir los ojos lo sorprendió una cara que apenas se veía detrás de una pistola. Le hacían señas para que bajara el vidrio. Carlota, que ya se había incorporado en su asiento, limpiándose la boca con una mano, abrió con la otra la puerta del copiloto para intentar escapar. El acompañante de Alejo aprovechó el momento para agarrarla por el pelo y pasarla al asiento de atrás en cuestión de segundos.

Sentados en la parte trasera del carro miraban a sus captores: Alejo manejaba el carro tranquilo, jugando con la pistola que sujetaba con su mano derecha. —Esta vaina es automática, que bolas tienes tú— le dijo el copiloto sin voltear a verlo, como buscando protagonismo. Adrián no contestó. Pensaba que de haber sido más complaciente, menos calculador, se hubiera llevado a Carlota para cualquier hotelito y se ahorraba el mal rato. “Natalia me hubiera convencido de que la llevara a donde le diera la gana”.

Alejo sonreía mientras miraba por el retrovisor.

— ¿Esta cagada no tiene aire?

—No tiene. No tiene un coño.

— ¿Y no me digas que tu andas en este carro con este equipo de mierda?

—No tiene un coño te dije. No le he metido nada.

Alejo volteó y haciendo una maniobra le dio un golpe con el cacho de la pistola en la cabeza. —Eso es por no ponerme el carro de pinga— Adrián apretó los labios para evitar otro golpe y se limpió con la mano la sangre que comenzaba a chorrearse por su cara. —Te ganaste un tiro en la pierna. Espéralo cuando te bajes.

—Pónganse las franelas en la cabeza— ordenó el copiloto, para sentirse partícipe de la situación.

Adrián se subió la franela estirándola desde abajo y se cubrió la cara. Escuchó como Alejo le decía a Carlota que le gustaba el sostén que llevaba puesto. —Tú como que te quedas conmigo— le dijo, tocándole la pierna con la punta de la pistola. La escuchó llorando, despacito. Sentía que tenía que hacer algo para intentar calmarla. Pero inmediatamente recordó que esa mujer no era Natalia. Su Natalia. No soportaría que otro hombre le viera el sostén a Natalia, menos en su presencia. Ni el ombligo. Viendo sólo oscuridad siguió pensando; en el pelo negro y largo de Natalia, en los ojos inmensos de Natalia, en las pecas que recorrían la espalda de su Natalia. Carlota le agarraba la mano para sentirse acompañada. Se imaginó que esa mano era la mano de Natalia y la apretó fuerte. Era la única manera de hacer algo por ella.

Adrián perdió la noción del tiempo. El carro se detuvo. Abrieron la puerta y lo agarraron por un brazo empujándolo a la calle; lo mismo con Carlota, que cayó de golpe sobre su espalda. Seguía llorando. “Qué vaina con ésta mujer. Natalia estaría como si nada: altiva, serena, desafiante como es ella. Insultando a estos pendejos” pensó.

Alejo esperó que su ayudante volviera al carro y soltó una carcajada en tono de burla que se apagó cuando el carro se alejó.

Adrián, con las manos en la cabeza y la pierna levantada, esperó el ruido de la pistola y la bala quemarle la pierna. Recordó la escena de horas antes, dónde Natalia hacía el mismo gesto de poner sus manos en su cabeza con cara de no entender nada. La rabia que sintió por no poder aceptar que ya no formaba parte de algo se manifestó en el instante en que levantó su mano, la cerró en el aire y apunto esa cara. La cara de su Natalia, el ojo inmenso de Natalia. Dejó de escuchar el carro y la carcajada. Entonces, se acomodó la franela empapada de sangre. Vio a Carlota ya vestida, con los ojos llenos de lágrimas y no pudo evitar un gesto de hastío, le quitó la mirada de encima y sin decirle una palabra comenzó a caminar. Ella lo siguió en silencio. Tocó la puerta de la primera casita que encontró por el camino, y sin preguntar donde estaban pidió prestado un teléfono.

—Aló, Natalia… Espérate, no me cuelgues, es importante.

No hay derecho

Hace unos meses, en un curso en el ICREA (bueno, en dos) me pusieron a escribir. El tema del texto que estoy posteando era: La guerra. Aquí está:

No hay derecho

La habitante del 4-D espera detrás de la puerta de su apartamento antes de salir a tomar el ascensor. El motivo: su vecina del 4-C se le adelantó, y taconea con su caminar característico, mientras confirma con un espejito que sus cejas están perfectamente depiladas. Alma, la del 4-D, observa por el ojo de la puerta y recuerda el infierno que pasó la noche anterior por culpa de la “desubicada” de Ema, del 4-C. “¡Qué falta de consideración reunirse hasta las cuatro de la mañana con un poco de tipos y la música a todo volumen!”. Alma se vio en la necesidad de cruzar el pasillo en pijamas y arrastrar sus pantuflas para tocar la puerta de enfrente y pedir que acabaran el escándalo de sábado en la noche: “Te agradezco, mujercita, que bajes inmediatamente esa música de carajitos, asumas tu edad y te acuestes a dormir”, gritó. La respuesta de la vecina del 4-C fue una carcajada que tapó la música y una mirada despectiva hacia su vecina de enfrente, seguido por un portazo y el aumento de los decibeles de su reproductor de CD’s, hasta el punto de hacer retumbar las paredes.

El enfrentamiento de las vecinas no es algo de un día para otro, el espectáculo lleva ya un año ganando espectadores que, en ocasiones, intervienen para sentirse protagonistas.

Alma, la del 4-D, tiene dos niños y un esposo “maravilloso”. Se dedica a las tareas del hogar, y aunque vive quejándose de que ese trabajo nadie se lo reconoce, admite –de forma nada creíble– que era su sueño desde chiquita. Ema, la del 4-C, es una abogada contemporánea con su vecina. Pero, a diferencia de ella, no tiene niños, ni un marido “ejemplar”. Tampoco tiene tiempo para las tareas del hogar. Lo ocupa en estar de punta en blanco, en su vida laboral y en hacer lo que lela gana. Al mudarse, tocó la puerta de su vecina, y con una sonrisa en la cara y las piernas descubiertas entró al apartamento, presentándose y ofreciéndose “para cualquier cosita que necesiten”, mientras miraba de reojo al marido maravilloso que, por supuesto, quedó maravillado. Alma, la miró de arriba abajo y la despidió, con la excusa de tener muchas cosas pendientes: “gracias vecina, pero no te puedo atender. Tengo que planchar, lavar, cocinar y bañar a los niñitos” a lo que Ema respondió: “te presto a mi muchacha, hace todo eso mientras yo me tomo una copita de vino. Relájate”. Desde ese “relájate” comenzó el enfrentamiento entre ambas. “¿Cómo es posible mi gordo, que esa mujer no haga nada en su casa, NADA?”.

Alma, se dedicó desde ese instante a encontrarle defectos a su vecina. A criticar a todo aquel que entrara y saliera de su apartamento. A prohibirle a su marido que saliera a botar la basura, después de haber luchado durante tres años para que lo hiciera, y a obligar a sus niñitos a tocar la batería, regalo que les dio sin motivo alguno, cuando veía a Ema entrar a su apartamento con su profesor de Yoga, con el único propósito de interrumpir su momento de relajación.

La del 4-C, trató varias veces de arreglar la situación, de pedir de buena gana que los niños cambiaran su horario de iniciación en la música y de invitar a sus vecinos a sus reuniones los fines de semana “para pasar un rato chévere, chica”. Pero se cansó de las miradas despectivas, de los comentarios inapropiados y hasta de los rayones que aparecían en su camioneta por obra y gracia del Espíritu Santo. Decidió no perder su tiempo e ignorar a “la loca esa”, lo que provocó más ira en la perfecta ama de casa. Desde entonces todo se convirtió en un campo de batalla: cerrar el ascensor de golpe, presionando varias veces el botón de “cerrar puertas” para dejar a la otra afuera; el caminar natural de mujer entaconada se transformó en pasos de caballo de trote por el pasillo a las cinco de la mañana; el polvo del piso del 4-D empezó a acumularse en la puerta del 4-C. Una contienda de minitecas de apartamento a apartamento, en donde cada una esperaba para subir el volumen de su música apenas terminaba la canción de la otra. Los vidrios del carrito recién llegado del autolavado manchados con pintura de labios, y rayones “accidentales” en las puertas de la camionetota con insultos y sus variantes.

El edificio “La Concordia” ubicado en La Paz, contradictoriamente, desde hace un año, no es otra cosa sino una zona de guerra. Donde una mujer, perfecta ama de casa, se niega a vivir en frente de otra que tiene la vida que ella siempre, en silencio, ha deseado: “es que no hay derecho gordo, qué se cree ella, ah?”.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Cinco minutos más

Bibi (http://detodounpoco-b.blogspot.com/) me mandó a escribir en un comentario. Voy a hacer trampa, porque últimamente no sé cómo hacerlo. Hace unos meses, en un curso en el ICREA (bueno, en dos) me pusieron a escribir. La premisa del texto que estoy posteando era: El venezolano es flojo. Aquí está:

Cinco minutos más

Ramón ignora el despertador con el cuento de cinco minutos más, que se transforman en treinta que le descuadran la mañana. Con la satisfacción de haber dormido un poquito más, pero también la zozobra de que ya el tiempo no le alcanza, comienza un día cualquiera. Ya no tiene tiempo para el café recién colado que no le dio chance de preparar, vestido con lo primero que encuentra y corriendo, con el pelo que no le deja de gotear, piensa que a lo mejor alcanza a tomar el trasporte directo a su sitio de trabajo y “no ha pasado nada”. Baja por las escaleras corriendito y abre de golpe la puerta de la planta baja, llevándose por el medio al vecino que también sucumbió a unos minutos más de sueño. Los buenos días se escuchan a lo lejos y de manera casi indescifrable, la premura deja los modales en un segundo plano.

Sale a la calle trotando y observa el reloj. Piensa: “Ya el transporte me dejó”. El trote cesa y Ramón comienza una caminata tranquila, con la esperanza de que se le ocurra una buena excusa que no haya utilizado recientemente. Decide tomar un taxi para que el retraso no sea tan significativo. El taxista le da los buenos días con un movimiento de cabeza que también quiere decir: “espérate un segundo que ya me termino el cafecito”. Ríe, porque ese segundo era perfecto para tomarse el suyo en casa, pero el trabajo lo espera. El taxista no tiene horario, se para en el kiosco y compra el periódico, seguramente para tener algo que hacer si se consigue un poco de tráfico. Mientras, escucha a todo volumen una salsita nada oportuna para la hora. Ramón baila con la cabeza y olvida por completo la tarea de la excusa.

Llega al trabajo veinte minutos tarde y entra con el típico: “Buenas noches”, con un tono de voz más alto de lo normal para causar risas y hacer del retraso algo divertido. Se da cuenta que la mayoría de los compañeros llegan igual o más tarde con el mismo cantaíto. Eso le alivia la preocupación y le da pie para instalarse a desayunar en la cocina con sus compañeros y hablar de sus vidas. Treinta minutos perdidos entre la empanadita y el “con leche” para empezar el día como Dios manda. El cigarrito termina de poner el toque para comenzar con la faena, una hora después del tiempo reglamentario.

Enciende la computadora y revisa sus correos; la mayoría son cadenas y chistes. Los reenvía a todos sus contactos porque piensa: “¿cómo no mandarle esto tan bueno a fulano?”. Recuerda repentinamente una llamada importantísima e impostergable que debe hacer, que le tomará unos veinte minutos más: otra excusa perfecta para seguir sacándole el cuerpo a las labores. Terminada la llamada, y cuadrado el próximo viaje a la playa para agarrarse el puente de la semana entrante, Ramón reacciona: “Ya está bueno, hora de trabajar”. En ese momento, se percata del trabajón pendiente y organiza un cronograma de actividades, que va de lo más urgente a lo menos importante. Pero, asombrosamente, llega la hora del almuerzo, “es que el tiempo pasa volando”, piensa Ramón. Siempre sale quince minutos antes para no agarrar la cola del cafetín, aunque sabe que todos los empleados piensan lo mismo y son esos quince minutos los causantes del tumulto de personas hambrientas. Almorzar con los compañeros y rememorar los cuentos de la mañana dan un toque de reunión dominguera, donde solo faltan las cervezas y el dominó para sentirse como en casa del compadre. El cafecito y el cigarro después de comer son impelables, a pesar de ser ya la hora de regresar a la oficina. Veinte minutos más no hacen la diferencia.

De regreso, sentado en su escritorio, Ramón revisa de nuevo su cronograma y se da cuenta de que lo que no era tan importante ahora se ha tornado urgente, y solo le quedan tres horas a la faena laboral. “A ponerse las pilas”, saca lo urgente con premura y sin detenimiento. Le pide la segunda a otro compañero que está tan abarrotado de tareas como él, pero entre los dos se sacan las patas del barro. El cronograma se limpia ligeramente, no sin antes eliminar algunas tareas con la viveza de decir “este no es mi trabajo, a mí no me pagan por esto” y pasarle el muerto a otro, “total, él no tiene chamos y puede hacer unas horas extras”. Por fin, después de un día ajetreado el reloj marca casi la hora de salida. Ramón se escapa diez minutos antes para no agarrar tráfico: “Hoy es día de gimnasio”. Una lluviecita cae sobre la ciudad y el caos vehicular se vuelve protagonista. Dejando de un lado los planes de ejercitarse, Ramón decide parar en la licorería de siempre para una tarde-noche de cervezas y así combatir la tranca.

Llega a casa bien entrada la noche. Se tropieza con el mismo vecino de la mañana para escuchar algo parecido a un “buenas noches” y descifrar lo que parece ser una sonrisa en su cara, o una mueca que indica que su día estuvo igual de movido y por supuesto “productivo” que el de él. Por fin en casa. Un bañito para relajarse y decidir que “hoy no hago más nada”.

Ramón, como buen venezolano, busca cualquier excusa para voltear la tortilla y “no hacer hoy lo que puedo hacer mañana”. Sin remordimientos, pone su despertador a la misma hora de siempre con la promesa “irrompible” de que “mañana si llego a tiempo, muchas cosas pendientes. A mí me explotan en ese trabajo, mi amor”.

sábado, 3 de julio de 2010

De como la gente te cambia la vida (si te atreves)

Piensa en tu vida en función de la gente que has tenido alrededor en un momento dado. Piensa en lo que te han hecho vivir: en lo que te han inspirado, como te han marcado, como han contribuido con tu alegría o con tu desengaño. Cuenta tu vida a través de los que han pasado por ella. O de los que no. Trata de imaginarte que hubiese pasado en el tiempo que invertiste con una persona, si esta no se hubiese cruzado contigo.

Imagínate una noche en la que no tengas en quién pensar: en alguien al que te mueres por conocer, en alguien al que te mueres por olvidar. En alguien que te inspire a atreverte.

Imagínate que nunca te atreviste a dar el paso definitivo para conocer a alguien. Imagínate que te diste el permiso para dar el paso definitivo para conocer a ese alguien.

Piensa en tu presente si en el pasado te atreviste a decir algo más, o a callar algo de más. Repasa las veces que estando con alguien deseaste estar con otra persona y cuando lo lograste ya no te gustaba la idea. Recuerda cuando estuviste con alguien deseando que el tiempo no pasara para quedarte en ese instante que temías no regresaría. Pero te fuiste y no regreso.

Imagínate que te atreviste a dar ese beso, el beso que significaría un antes y un después, sin importar el minuto siguiente. Sin importar que, quizás, sea el primero y el único.

Imagínate una mañana en la que abres los ojos y te invade el pensamiento aquella persona por la que lograste dormirte, pero que ese día esta a tu lado porque por fin te decidiste.

Imagínate que un día te atreves y te apareces en el lugar menos indicado pero con las palabras correctas. Imagínate que te atreves a mandar un mensaje a una hora inoportuna pero con las palabras oportunas. O que te contuviste de enviar un mensaje a horas apropiadas con contenidos inapropiados.

Imagínate el ahora, si al terminar la función te quedabas hasta después de los aplausos a ver si la obra continuaba, contigo de protagonista.

Imagínate que transformas la distancia en una aventura y ya no es un impedimento.

Imagínate sellando el sobre y enviando la carta. Imagina al destinatario guardándola para siempre.

Imagínate quedándote sin importar la hora, sólo la compañía.

Imagínate la diferencia en tu vida.

Como dice Manuela Zarate "No dejes pasar nada, luego es sinónimo de tarde".

miércoles, 28 de abril de 2010

Resumen de la Gala Final del “Concurso Cartas de Amor MB” 2010 o de cómo vi a Toto por segunda vez

Llegué emocionadísima al Trasnocho y salí maravillada. El "Concurso Cartas de Amor Mont Blanc 2010" estuvo genial. De principio a fin.

Leonardo Padrón fue el encargado, con su voz característica, de presentar, anunciar y cuestionar a cada uno de los participantes.

El primero en aparecer fue Carlos Caldera. No conmovió, su carta, que ya había leído, me recordaba mucho la historia de la película “El secreto de sus Ojos” de Juan José Campanella, basada en la novela “La pregunta de sus ojos” de Eduardo Sacheri (que tiene una historia de amor bellísima entre un abogado y una jueza). No sé sí fue coincidencia. A mi parecer, al final del concurso ya su lectura había sido olvidada.

Le siguió Andrea Giménez con la lectura de su carta “Gracias al positivo”. Con ella la noche comenzó a ponerse emocionante. Una carta emotiva y divertida que la finalista supo vender. No la veía como ganadora, pero ya me sentía en el lugar correcto.

Le tocó el turno a María A. Taisma, con su espectacular carta dirigida al “amor”. Una carta que disfrute desde la primera vez que leí, y que cuando escuche a María leerla en un programa de radio junto a Toto, sabía que verla iba a resultar divertidísimo. No me equivoqué. Su histrionismo arrancó carcajadas y su final en el que pide perdón al amor y le confiesa que “¡... la vida sin ti es una soberana mierda!” me puso a pensar en que sí, tiene toda la razón. Se llevó el tercer lugar del Concurso y el premio a la más votada online.

Llegó el momento para mi favorito de la noche: Toto Aguerrevere. Debo confesar que desde que apareció en el video no cabía de la emoción. Tenía a sus papás muy cerca y era una maravilla voltear para verles las caras de orgullo que yo, anónimamente, compartía con ellos. Toto apareció y comenzó a leer sus “Cuéntame”. Véanlo como quieran, pero ésta, su Fan número 1 se gozó esos minutos. Toto brilló.

Llegó el momento más conmovedor de la noche, cuando el Señor Francisco Gutiérrez comenzó a leerle a Marucha. Todos los presentes comprobamos que el amor eterno es posible, que no sólo pasa en películas como “The Notebook”. El Señor lloró durante toda la lectura con un sentimiento que puso a todos a llorar con él, de admiración, de dolor, de sufrimiento, de tristeza y de, porque no, esperanza. Marucha inspiró de tal manera a su esposo que se llevó el primer lugar del Concurso. Premio merecido.

Luego del intermedio le tocó el turno al sexto participante. Fabio Garbin, con una carta dedicada a su hija, pasó desapercibido completamente. Ya no lo recuerdo.

Siguió Gustavo Gil, con una carta trágica que, a mi parecer, no tenía nada para estar en el Concurso. Pero confieso que cuando la leyó cambie completamente de opinión. Gustavo se botó con su lectura, divirtiéndonos con su entonación, incluso con el trágico final de “El mismo motorizado que me conducía hacia ti te llevará mi carta. Disculpa el embarque y dile a mis suegros que mis intenciones son buenas, pero los médicos me informaron que no volveré a caminar.” Su comicidad me puso a dudar de los posibles ganadores.

La carta de Zulay Millán era una de mis favoritas, pero al contrario de lo que sucedió con el anterior participante, su lectura la alejó de los posibles ganadores. Intentó, pero no lo logró. María A. Taisma no le dejó oportunidad.

Carlos Omobono fue el noveno participante en leer su carta. Una lectura agradable de una historia de solidaridad. Otro momento digno de repetición.

El concurso culminó con la lectura de Ira Vergani. Una carta dedicada a la madre biológica de su hijo que, desde el momento en que la leí, le aseguraba un lugar entre los tres finalistas. Una belleza de carta, con una historia conmovedora de: agradecimiento, tolerancia y como dijo Daniela Bascopé, anfitriona de la noche junto a Leonardo Padrón, de comprensión. Un testimonio que motiva a realizar actos de amor, con la plena confianza de que el resultado será gratificante. Muy merecido su segundo lugar en el Concurso.

Antes de la premiación, la ex Miss Venezuela Eva Ekvall, diagnosticada con cáncer de seno, leyó una carta que le enviaron vía Facebook para darle apoyo. Otro momento emotivo, que puso a reflexionar a todos los asistentes. Una inspiración para disfrutar cada momento de la vida. A ella el mejor de los deseos.

Lo mejor de la noche: encontrarme con los papás de mi escritor favorito. Son un amor. Su papá me dijo “yo siempre le digo a él que lo importante es competir” una belleza de señor. Su mamá me preguntó si yo era la que le había entregado un libro dedicado, le dije que no, que yo era la de la historia de “Del que oye las conversaciones”, me dijo “mi vida, yo si me emocioné con eso, yo soy Marisela la mamá de Toto” y antes de que éste hiciera su aparición me dijo “mi amor en mi casa pasan unas vainas”. El carisma se hereda.

Tengo mi foto para la posteridad. Fue una noche en la que confirmé que Toto es encantador.
A ti: Tu fan número 1 gozó. Gracias miles.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Contigo quiero...

Despertar en la mañana y en lugar de sentir un bajón de sentimientos, se me suban hasta el techo. Llamarte para escucharte decir lo primero que se te ocurra y respirar porque en ese instante estás del otro lado, conmigo. Escribir pura ficción, porque mi vida caminando con la tuya será grandiosa y eso suele aburrir a los que no te han conocido. Ser tu amiga con derecho a sentirte hasta en el último lugar de mi cuerpo que todavía desconozco. Saber la fecha exacta en la que te voy a ver pero desconocer el día, la hora, el minuto en el que estás sumergido en mi mundo y tachar del calendario el momento en que te ausentes para no recordarlo hasta que regreses porque se te olvido algo: yo. Dejar abierta la posibilidad de que otros aparezcan, con la certeza, tuya y mía, de que eres tú sin importar la cantidad que intenten instalarse. Contar nuestra historia con tanta fascinación que no pueda nadie creerla, mientras sonries a lo lejos porque sólo tú sabes que todo pasó pero aún así te sorprende mi punto de vista. Buscar el significado de soledad cuando alguien la mencione porque lograste que mi memoria la olvidara, incluso cuando estas ausente. Reconocerte al instante en que las miradas se crucen y que tú me reconozcas a mí sin necesidad de repetir comienzos.

sábado, 13 de febrero de 2010

Resultado: gratificante

Me arme de valentía señoras y señores y asistí al encuentro, de lo contrario me hubiesen execrado del mundo de los blogs, dicho por él, la raya no hubiese sido normal, aunque confiesa que le tentaba la idea de que no me presentara para destruirme en uno de sus post ¿Se imaginan ese post? Yo sí, y sería de lo más interesante. Estaba preparado para cualquier cosa me dijo, incluso para que apareciera un hombre. No salió corriendo y a mi no me dieron ganas de hacerlo en ningún momento.


Llegue al lugar más céntrico que a él se le ocurrió, y no lo culpo, Toto de mí no sabía absolutamente nada. Entre y lo vi, allí estaba él, en una pose digna de una foto de sus post. Pude haberme conformado con sólo eso, con saber que efectivamente había asistido a la cita, derrumbando uno de los defectos que le habían impuesto: el de embarcador.


Me dije: no seas pendeja ya estás aquí, lo peor que puede pasar es que no se quiera casar contigo, total, tú tampoco te quieres casar. Cuando me acerque me quede muda, no supe que decir, el se levanto de la silla un poco confundido, y me hablo, me dijo: ¿Eres tú? Y le dije: sí soy yo, la mujer que le da frío en las manos, en ese instante me beso apasionadamente y todo lo que siguió fue digno de una película de amor, somos el uno para el otro, no hay duda, encontré al hombre de mi vida.


El último párrafo no pasó, se me ocurrió que era un bonito desenlace para esta historia, pero no, nada de eso pasó.


Lo conocí, bueno en persona, porque a este hombre ya lo conocía, a todas sus fan un notición: es Toto, como me lo imaginé siempre, un “niño” interesante, inteligente, divertido, conversador, ocurrente, encantador, Toto es encantador.


No se rascó la nariz, así que supongo no estaba nervioso, fumo bastante pero que coño yo más que él. Debo confesar que se ve mucho mejor en persona que en fotos y en video. Fueron dos horas y media leyendo el Tea Party, en vivo y directo.


Por recomendación de Bibi estuve a punto de comenzar con un pico, por eso de que las primeras citas deberías comenzar así, pero era demasiado arriesgado, corría el riesgo de que se fuera y me quedara con las ganas de escuchar las letras, de ver moverse la foto, de creerme parte de un cuento donde todos los personajes son fantásticos y parecen creados, pero son reales y dignos de mención.


Conózcanlo, este señor es digno de conocer, es confirmar que no estamos locas y que efectivamente el protagonista de nuestro Tea Party es el príncipe (inserte aquí el color de su preferencia) que cada una de nosotras se imagina.


Tengo un amigo famoso.

Le dí total libertad para contar su punto de vista, me muero por leer ese post.


Voy a recibir mi mensaje el día de los enamorados ¡Que emoción!

miércoles, 10 de febrero de 2010

Tengo un plan para conocerlo

En realidad tengo varios. Los he diseñado para estar preparada en el caso de que alguno falle irremediablemente. La que quiera unirse, bienvenida, yo egoísta no soy.

Los explico, sin ningún orden en específico. Podemos poner en práctica el que más le guste a quién decida acompañarme.

PLAN A: Inventar una reunión de blogger. En cualquier lugar, realmente eso no me importa, yo me llego. Aquí necesito la ayuda de alguién que ya lo conozca para que me de ideas, con lugares que le sean a él casi imposibles de rechazar. Pensándolo bien, alguién más debería proponerlo, para yo llegar de incognita y tratar de abordarlo de manera que parezca pura casualidad, sin la mención de mi blog, porque coño, al leer esto ya va a saber por donde voy. Pienso llegar, deslumbrante, y bailar cerca de él, si consigo que me vea el trabajo estará casi listo. Si bailo como loca y ni se inmuta, que carajo, tendré que invitarlo a bailar yo. Le diría algo así como que hablo inglés a la perfección, que intenté un tratamiento para dejar de fumar para que me cuente su expieriencia y que mi abuela me regalo un cheque en mi cumpleaños porque había perdido todas las esperanzas de que algún día me casara. Las “coincidencias” no pueden fallar. De esta manera rompería el hielo y me aseguraría, por lo menos, una buena conversa de esas que me encantaría tener con él.

PLAN B: Este me parece más factible porque el encuentro se daría en su debido momento. Planeo conocer a una de sus amigas, a Nina puede ser, así, si falla el plan tengo una nueva amiga. Ella posiblemente también lea ésto y se concentraría en darme buenos tips para el encuentro. Organizaría algo chevere con ron de por medio y allí haría mi aparición, eso sí pidiéndole a Nina que por favor no revele mi identidad, todavía. Que le diga que bailé con ella alguna vez, o que asistí a unas cuantas clases del mismo taller de actuación, pero que por motivos de enfermedad (núnca porque no sirvo para eso) lo tuve que abandonar, o que diga que fui la chama que le escucho un cuento en una discoteca una de sus noches de copas, la que no hablaba nada porque o no entendía porque ella me contaba su vida o porque estaba demasiado pea. Preferiblemente la segunda opción. Prometo no decir “cabello” Nina, para que mi entrenamiento no se te haga tedioso.

PLAN C: Este es un poco más desesperado. Confieso que cuando invitó al Bazar que había en su casa estuve a punto de hacerlo. La idea era ir a su casa, saludar a su mamá y decirle que iba de su parte tal como lo recomendó y comerme algo preparado por Josefa. Esparar que entrará a su propia casa y abordarlo con naturalidad, aqui sí, mencionando lo bueno que es su blog y confesándole que lo encuentro muy parecido a Jerry Seinfeld, en el mejor sentido de la palabra. En fin ya no hay Bazar, pero podría darme unas vuelticas, hacerme amiga del Junip y sacarle información, que un día me encuentre instaladísima en la sala conversando con su hermano, o en la cocina, viendo deportes con Josefa.

Me encantaría que alguno se pudiera realizar antes del muy temido “día de los enamorados” con la esperanza de que ese día por lo menos me mande un mensaje.

FELIZ DÍA DE LOS ENAMORADOS, adelantado. Platónicamente también debería celebrarse.

En la mañana...

En la mañana las cosas suelen verse mejor, descubres que lo que pasó ayer ya es pasado y que después de todo no fue tan importante. En la mañana todo tiene sentido otra vez, porque me gusta pensar que como es un nuevo día todo puede cambiar, hasta tú puedes cambiar. En la mañana me digo: coño eso fue ayer y me importa una mierda. En la mañana me acuerdo de ti, omitiendo lo que no me gusta, y me creo que eres perfecto. En la mañana la ropa que escogí ayer ya no me gusta, porque hoy quiero verme mejor de lo que quería verme ayer. En la mañana tengo sopotocientos planes para mi día, quiero ser simpática, quiero decir sólo cosas agradables y demostrarte que me importas y dejar que me demuestres que yo también a ti, aunque sea un poquito. En la mañana creo que todo es posible, porque coño uno debería hacerlo posible. En la mañana quiero decir tantas cosas que me quedo muda porque no sé por donde empezar. En la mañana quiero romper el molde, quiero que rompas el molde, conmigo. En la mañana creo en mí y creo en ti, aunque en el fondo se que no debería, pero que carajo está empezando el día. En la mañana quiero escribir, quiero escribirte, pero no se por donde empezar. En la mañana me digo: hoy no fumas en ayunas. En la mañana soy tan positiva que me asombra. Quiero que mis mañanas se extiendan todo el día.

Al medio día las cosas suelen verse como son, me acuerdo de lo que pasó ayer y me digo: coño ¿Qué pasó? Es importante. Al medio día todo sigue teniendo sentido, porque me gusta pensar que como queda medio día todo puede cambiar, quizás tú no, pero tengo esperanzas. Al medio día pienso en ti, pero ya no omito lo que no me gusta, y me sigo creyendo que eres “casi” perfecto. Al medio día con la ropa que tengo me veo bien. Al medio día los planes para mi vida son los mismos, pero me pongo metas realistas, he sido simpática con la mayoria de las personas, he dicho cosas agradables aunque no todas, aún no te he demostrado que me importas porque tú tampoco te has tomado la molestia. Al medio día me digo: no seas pendeja que todavía todo es posible. Al medio día he dicho tantas cosas que pienso que ya debería callarme. No he roto el molde y tú tampoco. Sigo creyendo en mí, pero con respecto a creer en ti se han despertado muchas dudas. Al medio día ya escribí, pero no me gustó y lo borre. Al medio día ya llevo 6 cigarros, y el de antes del desayuno no faltó. Al medio día asombrosamente sigo siendo positiva. Al medio día ya quiero que sea de noche.

En la noche las cosas suelen verse peor de lo que son, todavía me acuerdo de lo que pasó ayer y efectivamente fue una mierda, pero poco me importa. En la noche todo tiene sentido, todavía, porque al carajo se acabo el día, mañana todo puede cambiar, pero tú no, definitivamente tú no tienes arreglo. En la noche sigo pensando en ti y me pregunto con arrechera ¿dónde coño estás metido? La perfección definitivamente me la inventé yo. En la noche ya me quiero quitar esta ropa que no entiendo porque me la puse, y escojo la de mañana con mejor criterio. En la noche sigo con mis planes pero las metas ya no son tan realistas. He sido simpática con quien me ha dado la gana y una mierda con los que me caen mal. Dije cosas de todo tipo, la mayoría no fueron muy agradables, trate de demostrarte que me importas pero me arrepentí a tiempo. En la noche me digo: si eres pendeja, claro que todo es posible, todavía, todo es posible aunque las circunstancias se empeñen en demostrarte lo contrario. En la noche no he podido callarme a pesar de intentarlo. No rompí el molde, tú ni idea porque no se absolutamente nada de ti, ni siquiera si estas interesado en romperlo aunque sea con otra. Aún creo en mí, pero en nadie más. En la noche no escribí, pero sigo con unas ganas inmensas de hacerlo, pero no a ti. En la noche ya llevo una caja de cigarros, con todo y lo caro que están. En la noche me asombro de seguir tan positiva. En la noche ya quiero que sea de día.