sábado, 27 de noviembre de 2010

No hay derecho

Hace unos meses, en un curso en el ICREA (bueno, en dos) me pusieron a escribir. El tema del texto que estoy posteando era: La guerra. Aquí está:

No hay derecho

La habitante del 4-D espera detrás de la puerta de su apartamento antes de salir a tomar el ascensor. El motivo: su vecina del 4-C se le adelantó, y taconea con su caminar característico, mientras confirma con un espejito que sus cejas están perfectamente depiladas. Alma, la del 4-D, observa por el ojo de la puerta y recuerda el infierno que pasó la noche anterior por culpa de la “desubicada” de Ema, del 4-C. “¡Qué falta de consideración reunirse hasta las cuatro de la mañana con un poco de tipos y la música a todo volumen!”. Alma se vio en la necesidad de cruzar el pasillo en pijamas y arrastrar sus pantuflas para tocar la puerta de enfrente y pedir que acabaran el escándalo de sábado en la noche: “Te agradezco, mujercita, que bajes inmediatamente esa música de carajitos, asumas tu edad y te acuestes a dormir”, gritó. La respuesta de la vecina del 4-C fue una carcajada que tapó la música y una mirada despectiva hacia su vecina de enfrente, seguido por un portazo y el aumento de los decibeles de su reproductor de CD’s, hasta el punto de hacer retumbar las paredes.

El enfrentamiento de las vecinas no es algo de un día para otro, el espectáculo lleva ya un año ganando espectadores que, en ocasiones, intervienen para sentirse protagonistas.

Alma, la del 4-D, tiene dos niños y un esposo “maravilloso”. Se dedica a las tareas del hogar, y aunque vive quejándose de que ese trabajo nadie se lo reconoce, admite –de forma nada creíble– que era su sueño desde chiquita. Ema, la del 4-C, es una abogada contemporánea con su vecina. Pero, a diferencia de ella, no tiene niños, ni un marido “ejemplar”. Tampoco tiene tiempo para las tareas del hogar. Lo ocupa en estar de punta en blanco, en su vida laboral y en hacer lo que lela gana. Al mudarse, tocó la puerta de su vecina, y con una sonrisa en la cara y las piernas descubiertas entró al apartamento, presentándose y ofreciéndose “para cualquier cosita que necesiten”, mientras miraba de reojo al marido maravilloso que, por supuesto, quedó maravillado. Alma, la miró de arriba abajo y la despidió, con la excusa de tener muchas cosas pendientes: “gracias vecina, pero no te puedo atender. Tengo que planchar, lavar, cocinar y bañar a los niñitos” a lo que Ema respondió: “te presto a mi muchacha, hace todo eso mientras yo me tomo una copita de vino. Relájate”. Desde ese “relájate” comenzó el enfrentamiento entre ambas. “¿Cómo es posible mi gordo, que esa mujer no haga nada en su casa, NADA?”.

Alma, se dedicó desde ese instante a encontrarle defectos a su vecina. A criticar a todo aquel que entrara y saliera de su apartamento. A prohibirle a su marido que saliera a botar la basura, después de haber luchado durante tres años para que lo hiciera, y a obligar a sus niñitos a tocar la batería, regalo que les dio sin motivo alguno, cuando veía a Ema entrar a su apartamento con su profesor de Yoga, con el único propósito de interrumpir su momento de relajación.

La del 4-C, trató varias veces de arreglar la situación, de pedir de buena gana que los niños cambiaran su horario de iniciación en la música y de invitar a sus vecinos a sus reuniones los fines de semana “para pasar un rato chévere, chica”. Pero se cansó de las miradas despectivas, de los comentarios inapropiados y hasta de los rayones que aparecían en su camioneta por obra y gracia del Espíritu Santo. Decidió no perder su tiempo e ignorar a “la loca esa”, lo que provocó más ira en la perfecta ama de casa. Desde entonces todo se convirtió en un campo de batalla: cerrar el ascensor de golpe, presionando varias veces el botón de “cerrar puertas” para dejar a la otra afuera; el caminar natural de mujer entaconada se transformó en pasos de caballo de trote por el pasillo a las cinco de la mañana; el polvo del piso del 4-D empezó a acumularse en la puerta del 4-C. Una contienda de minitecas de apartamento a apartamento, en donde cada una esperaba para subir el volumen de su música apenas terminaba la canción de la otra. Los vidrios del carrito recién llegado del autolavado manchados con pintura de labios, y rayones “accidentales” en las puertas de la camionetota con insultos y sus variantes.

El edificio “La Concordia” ubicado en La Paz, contradictoriamente, desde hace un año, no es otra cosa sino una zona de guerra. Donde una mujer, perfecta ama de casa, se niega a vivir en frente de otra que tiene la vida que ella siempre, en silencio, ha deseado: “es que no hay derecho gordo, qué se cree ella, ah?”.

2 comentarios:

Bibi dijo...

últimamente he tenido momentos de análisis referentes a eso. Por que la gente escoge una vida que no le gusta vivir?

Ora dijo...

Y lo peor es que critican al que vive como ellos quisieran. Es triste...